29 de mayo de 2009

Hipertélicos


De mis barrocos subterfugios, esta rara especie que describe Sarduy:

Llegada la marea del equinoccio, ciertos animales ciliados retroceden excesivamente sobre la arena, huyen demasiado lejos hacia el interior de la tierra; cuando el mar se calma, son incapaces de volver a alcanzarlo: mueren en exilio, tratando en vano de regresar al agua, cada vez más lejana, de recorrer al revés el camino que un impulso irresistible, inscrito en ellos desde su nacimiento y saturándolos con su energía, les había obligado a tomar.

Estos animales -o el saber genético que los atraviesa, su acuerdo con fuerzas gravitacionales que rigen las mareas- pagan su exceso con la vida. Hipertélicos: han ido más allá de sus fines, como si una impulsión letal de suplemento, de simulacro y de fasto -que que el mismo despliegue inútil se manifiesta en la producción de ornamentos miméticos en varias especies de mariposas- estuviera, desde el origen y marcada ya por la desmesura, cifrada en su naturaleza.


Severo Sarduy. Ensayos sobre el barroco.

26 de mayo de 2009

La odisea de una voz


La voz, la lengua, o un cierto estado de la lengua que hace cuerpo en eso que la retórica llama el estilo de un autor, produce en la escritura de Joao Gilberto Noll (Porto Alegre, 1946) una intensidad difícil de soportar si la actitud del lector se apoya estrictamente en la lógica del acontecer o si apenas busca una historia. Hay que leer: hay que escuchar. Hay que ver. Hay que entregarse a la deriva de Odiseo, es decir, la de su voz.

Noll era un autor desconocido entre nosotros, si bien en su país ha ganado importantes premios. Argentina lo ha descubierto en las tres novelas que editó el sello Adriana Hidalgo: Lord (2006), Bandoleros (2007, originalmente editada en 1985) y Harmada (2008) con traducciones de Claudia Solans y prólogo de Reinaldo Ladagga. Un escritor dentro de esa literatura portentosa cuyo linaje lleva las firmas de Machado de Assis, Manuel Bandeira, Joao Guimaraes Rosa, Clarice Lispector.

Derivar, delirar. Decíamos antes: la deriva. Que se trata de un viaje, un tópico que forma parte de los grandes relatos del mundo, pero no cualquier tipo de viaje. Lo desencadena una crisis, que no reviste la menor espectacularidad. Ningún mandato de un dios, ninguna conspiración, ninguna revolución, ninguna muerte la impulsan: es algo que se rompe adentro y empuja fuera: "Tomamos las cartas, sin saber cómo y hasta dónde se desarrollará el juego: podemos distraernos con el ruido de la lechuza, herirnos con la caída de la araña, tantos factores... pueden desviarnos de la ruta pretendidamente trazada" (Bandoleros).Pequeños acontecimientos que son a la vida como el habla a la escritura: "Detestaba pensar previamente acerca de lo que tenía que contar. Me dejaba conducir por el habla, sólo eso, el habla nunca me defraudó" (Harmada).

El habla es acto puro y, cuando ocurre, la lengua se pone a delirar: "De repente la voz de la trama se convierte en átomos centelleantes. Esferas microscópicas soltando chispas. Por todos los poros" (Bandoleros).

El otro, el mismo. Un escritor de mediana edad que ha fracasado con su matrimonio y su última novela (Bandoleros); un ex actor que busca retornar a su lugar de origen, tras una temporada de internación en un asilo (Harmada), parecen avatares de un único Odiseo revisitado: los personajes de las novelas de Noll encarnan siempre al mismo hombre que el autor lleva en su pecho, sin la menor posibilidad de que se disuelva; así se lo ha confiado a su par, Oliverio Coelho, en una entrevista reciente.Aunque en ambas novelas el personaje se refiera a sus acciones en primera persona, la errancia de sus pensamientos, que a menudo lo sorprenden contemplándolos desde cierta distancia como si no le pertenecieran, van armando un relato atravesado por múltiples y fugaces encuentros: con el poeta niño; la futura ex mujer; el amigo que agoniza; la hija de la prostituta; el yanqui psicótico; el profeta del asilo...

Pasajeros en tránsito, portan sus voces y se incorporan a la lengua del errante. Lengua popular y erudita: la poética de una voz intersticial. Mas no construida en la encrucijada de una serie de versiones otras, sino como experiencia de lo diverso en la propia subjetividad.En Bandoleros, Noll extrema su apuesta y labra una memoria dislocada de los sucesos, en un eterno presente que engulle y mezcla los pasados, tanto como el fluir de la conciencia y el relato episódico. Acaso para objetar aquello que la ley de la ficción impone como artificio: la ilusión de que la vida de un sujeto pueda ser narrada linealmente.

Escribir, pintar . La epifanía se produce ante la suspensión de la garantía del relato como punto de retorno a cierta identidad legible. "Abandona toda esperanza" advierte el pórtico del infierno, cuando nos disponemos a ingresar al espectáculo de la comedia humana. Y aquí, como en las pinturas de Bacon, los cuerpos escenifican verdades con su propia lógica. Radicales, terribles: la lengua se estiliza y pinta: el cuerpo empujado cuesta abajo sobre la montaña de basura; el ave de rapiña sobrevolando su festín inminente, el niño-jefe de la banda contemplando impasible su obra desde el morro. Descoyuntada, trágica. La voz que pinta nos dice: hay algo más que otras voces, otras fronteras, otros yo. La odisea sin fin.

Nota mía publicada en Cultura de La Voz del Interior

23 de mayo de 2009

Walter Benjamin: infancia y melancolía


“En sus años de juventud, Benjamín mostraba una profunda tristeza. Recuerdo una tarjeta postal de Kart Hiller, en la que éste le reprochaba su “temperamento infeliz”. Quiero suponer que su profundo interés en la naturaleza de la tristeza y sus expresiones literarias que en tantos de sus escritos aparece con un carácter predominante, se relaciona con este rasgo. Al mismo tiempo, la tristeza era en su juventud un elemento de su radicalismo personal, esto es, de aquella desconsideración personal que en muy raras ocasiones entraba en contradicción con la cortesía verdaderamente china que caracterizaba su trato con los hombres”.

Quien retrata de este modo al pensador alemán es uno de sus íntimos amigos de juventud, Gershom Scholem, quien introdujo a Benjamin en el mundo de la Cábala, la tradición mística hebrea. Se conocieron en 1913 y mantuvieron un trato asiduo y fructífero intelectualmente hasta que Scholem emigró a Palestina, siete años después. Después se vieron fugazmente algunas veces y mantuvieron una nutrida correspondencia. Scholem no logró convencer a su amigo para que se arraigue en tierra santa. Tampoco pudo convencerlo para que deje de lado sus preocupaciones marxistas y se dedique de lleno a estudiar la Cabala. No obstante, Benjamin siempre estuvo entre dos mundos, integrándolos, manifestando sus tensiones: teología y política se articulan en el desarrollo de sus Tesis sobre Filosofía de la Historia, la idea del Mesías esperado que se hace presente, no al final de un proceso, sino en medio de los acontecimientos, irrumpiendo en ellos.

El historiador no anticipa el porvenir: su videncia es retroactiva.
“El historiador es un profeta vuelto hacia atrás. Le vuelve las espaldas a su propio tiempo; su mirada de vidente se enciende en las cimas de los acontecimientos anteriores que se sumen en el pretérito. Esta mirada de vidente es aquella a la cual el propio tiempo le es más nítidamente presente que a los contemporáneos que están al día. El historiador avizora su propia época en el médium de fatalidades pasadas. Con eso, ciertamente, se ha terminado para él el sosiego de la narración”.
Una marca "judía" sobre “el valor de la remembranza” o carácter esencial de la experiencia del recuerdo. “Se sabe que a los judíos les estaba vedado investigar el futuro. En cambio, la Thora y la oración los instruyen en la remembranza. Esta les desencantaba el futuro, al que sucumben aquellos que buscan información en los adivinos. Pero no por ello el futuro se les volvía un tiempo homogéneo y vacío a los judíos. Pues en él cada segundo era la pequeña puerta por donde podía entrar el Mesías.”

Entonces, para Benjamin la vinculación con la lectura del pasado, -lectura de ruinas, tanto como lectura de rastros, deriva hacia los objetos que se traduce en coleccionismo y amor al detalle- comanda su manera de estar en el mundo, manera a su vez de estar sin estar del todo en ninguna parte. Manera de estar entre umbrales y pasajes. Vacilación que es parte del temperamento melancólico o saturnino: “Yo vine al mundo bajo el signo de Saturno. La estrella de revolución más lenta, el planeta de las desviaciones y demoras”.

Según Susan Sontag, “ninguno de los proyectos mayores de Benjamin, como su nunca terminada París, capital del siglo XIX, que termina integrándose al Libro de los pasajes, pueden ser comprendidos por completo a menos que captemos cuánto dependen de una teoría de la melancolía”.

W.B. nació en Berlín, el 15 de julio de 1892. A los 20 años empezó a estudiar filosofía en su ciudad natal y en Friburgo. Después se trasladó a Berna, donde concluyó su tesis de licenciatura referida al concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán. Empieza a traducir a Baudelaire y escribe un ensayo sobre Las afinidades electivas, de Goethe. Intenta incursionar en la Universidad de Frankfurt, pero su tesis sobre los orígenes del drama alemán es rechazada y se le niega la venia docente. Este es el primero de sus fracasos. Su aspiración de lograr una posición en el campo intelectual que garantice una supervivencia tranquila se ve frustrada. Entonces depende de la manutención de su padre, un anticuario con una considerable fortuna. Sus amigos proyectaron en la relación malavenida con su padre la del propio Franz Kafka con su progenitor. Benjamin dedicó uno de sus más brillantes ensayos a la obra de Kafka. Kafka constela en su obra en otros sentidos, como ya veremos. También podríamos hablar de afinidades electivas entre ambos escritores.

En 1918 se casa, pero su matrimonio se disuelve 3 años después. Tiene un hijo, pero prácticamente no se relaciona con él. Su hijo partirá con la ex esposa de Benjamin rumbo a Inglaterra, cuando Alemania deja de ser un territorio seguro.

En 1927 comienza a traducir a Proust. En el 30 dedica ensayos de crítica literaria a la obra de Brecht, de quien fue amigo, (en los años de exilio lo hospedó un tiempo en su casa de Dinamarca), Gide, Kafka, Valery y Karl Krauss.

Su padre había quebrado, así que Benjamin quedó librado a sus propias fuerzas. Que no eran muchas: de hecho, fueron sus problemas económicos, sumados a la llegada de los nazis al poder, los factores que determinaron su exilio en París, en 1933. Allí se sostuvo con los magros ingresos que le proporcionaba el Instituto de Instituto de Investigación Social, fundado por el filósofo y sociólogo Max Hokheimer hacia finales de los años veinte. Es en este período que viaja a Dinamarca y también está una breve temporada en San Remo, adonde va a visitarlo Theodor Adorno, su discípulo, con quien en ese tiempo las relaciones ya no estaban muy bien. En esos años de París se enfrasca en la investigación y elaboración de su proyecto más ambicioso, El Libro de los Pasajes: una vasta indagación acerca de la prehistoria de la modernidad, que quedó inconcluso. El había empezado esta obra en Berlín,y había escrito algunos textos preliminares a esa gran empresa: Paris, capital del siglo XIX (35), El París del 2do imperio en Baudelarie (38) y Sobre algunos temas en Baudelaire (39).

Esta obra es emblema de la fase última del pensamiento de Benjamin. La idea era producir un constructo teórico sólido, a partir de los detalles y pormenores más pequeños, como si fueran ladrillos del gran edificio de la obra total. Así, se interesa por la moda, los anticuarios, los coleccionistas, las catacumbas, el aburrimiento (tan baudeleriano), el caricaturismo, la litografia, las casas del prostitución, el juego, el flaneur… Según uno crítico español, Jordi Llovet, esta operatoria barroca se relaciona con la actitud de considerar los “monumentos” de la burguesía y todo documento histórico como un edificio en ruinas antes que llegara a desmoronarse, si se pretendía dar cuenta fiable de los procesos de la historia. Aquí volvemos a recordar el rol del historiador en sus tesis sobre filosofía de la historia.

Volviendo a los últimos momentos en la vida de Benjamin, en 1940, ante el avance de los nazis sobre París, intenta cruzar a pie por los Pirineos la frontera hacia España. Tenía ya su visado para llegar a Estados Unidos, que le había conseguido Horkheimer, quien ya estaba allí. Pero los gendarmes franquistas no lo dejaron pasar. Con un fuerte sentimiento de desolación y derrota _otra más- , Benjamin se quitó la vida en una posada de Port Bou. Tenía 48 años.

En ese acto final varios de sus amigos vieron la consumación de un carácter. Y la épica del fracaso. Benjamin ya había pensado alguna vez en terminar con su vida. Incluso escribió su testamento. Pero no puede reducirse a la mera desesperación personal, a un impulso depresivo, este acto, que es en algún sentido, un acto político. Desde la visión melancólica, la imposibilidad de cruzar esa (última) frontera –imposibilidad impuesta desde afuera, porque “llega tarde” o porque los otros llegaron antes- es solidaria a esta imagen de quien mira las ruinas del pasado y en ellas, el horror del propio presente.

“Una figura que el desasosiego de su fecundidad arriesga siempre, frente a la cultura diagramada y establecida, el papel de derrotado, el de desertor de lógicas de consagración en cada una de sus inmersiones reflexivas” dice Nicolás Casullo.


INFANCIA EN BERLÍN
Recordábamos que en esos últimos años, a excepción de tres de los trabajos que había publicado en revistas, mientras preparaba su Obra de los Pasajes, Benjamin se entregaba a la rememoración. Entre un mundo sido –el del Berlín de 1900, el de su infancia, el de una cultura urbana pre-moderna- y el París que se abre en boulevares, tratando de comprender de qué mundo se viene y en aquello que se deja atrás, el presente en su pujanza.
Berlín es el lugar de la infancia. Y es el lugar de la melancolía, en esa luz azul que, dice, yace su Postdam. La luz azul da coloración a sus paseos por la plaza de la mano de su madre, la luz y la nieve tras la ventana, uno de los miradores preferidos para contemplar el paisaje de la propia niñez. Entonces, junto a la luz, el vidrio, muchas veces empañado por el contraste entre el frío exterior y la calidez mullida del hogar. La visión carece de nitidez absoluta. Está envuelta en el ensueño. Las palabras portan su propia atmósfera:
Ha conservado lo inescrutable de lo que contienen las palabras de la infancia que le salen al paso al adulto (Caza de mariposas). El haberlas silenciado durante largo tiempo las transfiguró. …


Berlín es el lugar de la infancia donde es posible extraviarse.
Para Benjamin el perderse en la ciudad es una especie de programa para penetrarla y conocerla. Así comienza precisamente este itinerario de la memoria por la calles de Berlín: Tiergarten: página 15. Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje. Los rótulos de las calles deben entonces hablar al que va errando como el crujir de las ramas secas, y las callejuelas de los barrios céntricos reflejarle las horas del día tan claramente como las hondonadas del monte. Este arte lo aprendí tarde, cumpliéndose así el sueño del que los laberintos sobre el papel secante de mis cuadernos fueron los primeros rastros.

Es muy interesante la interpretación que hace Susan Sontag (Bajo el signo de Saturno) con respecto a la relación del melancólico con el espacio:
“Para el personaje nacido bajo el signo de Saturno, el tiempo es el medio de la coacción, de la inadecuación, de la repetición, mera realización. En el tiempo, se es sólo lo que se es: lo que siempre se ha sido. En el espacio, se puede ser otra persona. El escaso sentido de la orientación de Benjamin y su incapacidad de leer un callejero se convierten en su amor a los viajes y en su dominio del arte de extraviarse. El tiempo no nos da mucho plazo: nos lanza desde atrás, sopla sobre nosotros por el estrecho embudo del presente hacia el futuro. Pero el espacio es ancho, lleno de posibilidades, posiciones, intersecciones, pasajes, giros, giros en U, callejones sin saluda y calles de un solo sentido.”

Pero incluso el espacio de su infancia, pródigo en posibilidades, aun, puede ser un territorio inestable. La excitación en vísperas de un viaje, que se anuncia al niño en la franja de luz debajo de la puerta del dormitorio (otra vez la luz en la atmósfera de la remembranza), y que, al regresar, se siente un apátrida de su propio hogar, de modo que hasta las más perdidas de las cuevas de algún sótano donde ya ardía la lámpara, le parecía envidiable comparándola con su casa que oscurecía en el Oeste.


EL MUNDO DE LAS COSAS

Hay viajes más cercanos, recónditos.
En el interior de la casa, el viaje al mundo de los objetos.
Deseados, familiares, aunque asimismo inasibles (cualidad acaso de lo siniestro: su familiaridad y extrañeza). En Una mañana de invierno, la aspiración del fruto:

Era un viaje por el oscuro país del calor de la estufa. (36) Allí estaba el oscuro y caliente fruto, la manzana, que se me presentaba familiar y no obstante, cambiado, como un buen conocido que hubiera salido de viaje. (36 – leer hasta tal vez lo tuviera miles de veces… ). Pero ese lugar de su infancia burguesa, confortable, portaba en sí el germen de su propia disolución: Tardé mucho hasta que me di cuenta de que la esperanza de conseguir una posición y tener el pan asegurado siempre había sido vana”. En la evocación del deseo (del fruto y del fuego en la seguridad de la casa, cuando aun no se insinuaban las tragedias bélicas por venir), está la huella psíquica del fracaso. “Tardé mucho en comprender…” dice, y otra vez la demora, el tiempo fuera de coyuntura, para decirlo en términos marxistas, signando la tragedia de la propia vida, anudando la tragedia personal con uno de los momentos más oscuros de la humanidad.

Es sensible en Benjamin otro deseo: el de traspasar las fronteras de la propia clase.
En esta infancia evocada, están sus incursiones por lugares prohibidos: los extramuros donde habitan mendigos y prostitutas. Hay un mundo allá fuera. Él se introduce a ese mundo como un flaneur, esa figura cara a la semblanza que trazó de Baudelaire, el paseante de la ciudad. O un espía del otro lado de la ventana / mundo.
Cuando niño, el espectáculo de la muerte sórdida de los hospitales lo atrae: en Benjamin hay, como ha sido señalado, una fuerte pulsión tanática, anterior al acto final y desesperado de Port Bou. El niño evocado se angustia ante las ventanas cerradas del hospital; quiere ver…, como el Angel de la Muerte: Puede que los judíos, cuando oyeran hablar del Angel de la Muerte que con su dedo señalaba las casas de los egipcios cuyos primogénitos debían morir, se figurasen estas casas con el mismo horror que yo las ventanas que permanecían cerradas.”

Sensible a ese mundo al que no pertenece, se aboca investigar el funcionamiento de un juego. El interés por el universo de la infancia no se acota a sus solas memorias. Benjamin ha dedicado muchas páginas a la educación, el juego, los libros infantiles.
El niño burgués se asoma al mundo de los pobres y trabajadores también a través del juego /máquina, un simulador de parte de ese mundo que se le escamotea. Se trata una mina animada que contiene una caja de cristal, donde se mueven al compás puntual de un mecanismo de relojería pequeños mineros y capataces de minas con carros, martillos y linternas. “Este juguete, si se me permite decirlo - dice el narrador-, pertenecía a una época que concedía también al niño de la rica burguesía echar un vistazo al mundo del trabajo y de las máquinas. “

Estas máquinas, a la manera de Kafka, revelan los mecanismos de sujeción de un poder “invisible”. Lo que se vuelve visible es la clase dominada, como En la colonia penitenciaria lo visible es la máquina, el condenado y la sentencia que multiplicidad de agujas van inscribiendo en su cuerpo.
También “kafkiano” es la soberanía intimidante de ciertos objetos. Objetos que acechan en los pliegues de la casa.
Su relato El costurero (113), es otro mundo en miniatura. Un mundo relacionado con la madre y su ritual silencioso: el de armar y reparar. Un ritual de orden que, sin embargo, guarda en un fondo de caos. A veces, la caja de costura no parece una caja de costura. En el nivel superficial, se ordenan los carretes, junto a las tijeras y las libretas negras con las agujas. Pero debajo de nivel, hay el caos de hilos sueltos, elásticos, botones de formas y tamaños diversos… En este punto Benjamin hace mención a Odradek, el nombre del carretel de hilo que aparece en el relato de Kafka, Preocupaciones de un padre de familia. Dice Benjamin sobre este siniestro personaje-cosa (no en este libro, sino en uno de sus ensayos contenido en Angelus Novus): “El más extraño bastardo que la prehistoria haya engendrado mediante la culpa es Odradek. El poeta suele llamar cuitas del padre de flia a las que merodean elocuentes y enigmáticas por las escaleras y los rincones.
“Odradek se aloja, según los casos, en desvanes, escaleras, corredores, vestíbulos” es como si estuviera acechando en los “pliegues” de la casa. Para Benjamín “es la forma que las cosas asumen en el olvido. Se deforman, se vuelven irreconocibles. Tal es la `preocupación del padre` de quien nadie sabe qué es”.

Esa fascinación –que es temor también- por los objetos perfila su pasión por el coleccionismo y la miniatura. Rasgo asimismo melancólico: el amor desmedido por los objetos, no por un interés materialista, sino más bien por la historia de las cosas. Como el historiador que vuelve la mirada al pasado e investiga las ruinas, los restos y las huellas condensan los sentidos de la totalidad.
Así como el costurero puede ser un mundo donde reinan paralelos el orden y el caos, (la organización de ese micromundo en manos de la madre) en los Armarios (102) los objetos se acumulan sin orden ni concierto. El coleccionista es un acopiador de tradiciones –de historias, de posibilidades de desarrollar historias con esos objetos- pero a la maniera barroca. Procede por acumulación y la sintaxis entre esos objetos resulta inesperada.
“Yo no pensaba conservar lo nuevo, sino renovar lo antiguo. Renovar lo antiguo mediante su posesión era el objeto de la colección que se me amontonaba en los cajones. Cada piedra que encontraba, cada flor que cogía y cada mariposa capturada, todo lo que poseía era para mí una colección única. “Ordenar” hubiese significado destruir una obra llena de castañas con púas, papeles de estaño, cubos de madera, cactus y pfennings de cobre que eran, respectivamente manguales, un tesoro de plata, ataúdes, palos de tótem y escudos. De esta manera creían y se transformaban los bienes de la infancia en los anaqueles, cajas y cajones”.


EL ANGEL DE BENJAMIN
Finalmente, llegamos al ANGEL. Teníamos que pensar en un motivo navideño en relación con Benjamin y lo hallamos entre sus recuerdos de infancia de una navidad que le revela sentidos que perdurarán en el tiempo. Determinantes para toda su vida adulta. Benjamin angelado. El cuento se llama “Un ángel de Navidad” (99). Un ángel bien distinto a este acompañaría a la etapa más intelectualmente fructífera de su vida adulta.
Se trata de Angelus Novus, el dibujo acuarelado de Paul Klee, que Benjamin adquirió y seguramente, fue su más preciada posesión. Ese dibujo fue cedido en testamento a su amigo Gershom Scholem. Benjamin, que alguna vez firmó artículos con el seudónimo de Agesilaus Santander (jugando nuevamente con el término angélico), escribió en sus tesis para una filosofía de la historia la alegoría más potente, sólo comparable en su carácter de admonición al “no es posible escribir poesía después de Auschwitz”, de Theodor Adorno. Visión que sigue interpelando de cara al pasado, como el ángel del Apocalipsis, al presente por-venir.

“Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él está representado un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que mira atónitamente. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, abierta su boca, las alas tendidas. El ángel de la historia ha de tener ese aspecto. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. En lo que a nosotros nos aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una sola catástrofe, que incesantemente apila ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. Bien quisiera demorarse, despertar a los muertos y volver a juntar lo destrozado. Pero una tempestad sopla desde el Paraíso, que se ha enredado en sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al que vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Esta tempestad es lo que llamamos progreso. “

Texto de mi autoría, preparado para una charla en el Instituto Goethe (diciembre de 2007).

No existe hospitalidad


No existe hospitalidad.
Andamos. Nos desplazamos: de transgresión en transgresión, pero también de digresión en digresión. Qué significa ese paso excesivo, (pas de trop), la transgresión si, para el invitado tanto como para el visitante, el pasaje del umbral sigue siendo siempre un paso de transgresión? ¿Si debe incluso seguir siéndolo? ¿Y qué significa ese paso sesgado (pas de coté), la digresión? ¿Adónde llevan estos extraños pleitos de hospitalidad? ¿Esos umbrales interminables, por lo tanto infranqueablos, y esas aporías? Todo ocurre como si fuéramos de dificultad en dificultad. Mejor o peor, y más gravemente, de imposibilidad en imposibilidad. Todo ocurre como si lo imposible fuera la hospitalidad: como si la ley de hospitalidad definiese esta imposibilidad misma, como si sólo se pudiese transgredirla, como si la ley de la hospitalidad absoluta, incondicional, hiperbólica, como si el imperativo categórico de la hospitalidad ordenase transgredir todas las leyes de la hospitalidad, es decir, las condiciones, las normas, los derechos y los deberes que se imponen a los huéspedes, a aquellos o a aquellas que dan como a aquellos o a aquellas que reciben la acogida. ..
Dicho de otro modo, habría antinomia, una antinomia insoluble, una antinomia no dialectalizable entre, por una parte, La ley de hospitalidad, la ley incondicional de la hospitalidad ilimitada (dar al que llega todo el propio-lugar y su sí mismo, darle su propio, nuestro propio, sin pedirle ni su nombre, ni contrapartida, ni cmplir la menor condición), y por otra parte, las leyes de la hospitalidad, esos derechos y esos deberes siempre condicionados y condicionales, tal como los define la tradición grecolatina, incluso judeocristiana, todo el derecho y toda la filosofía del derecho hasta Kant y Hegel en particular, a través de la familia, la sociedad civil y el Estado.
Jacques Derrida
(c/ Anne Dufourmantelle, La hospitalidad, Ediciones de la Flor, 2da ed, 2006)

El viaje hacia el logos


...Pero cuando Ulises completa su viaje, el destino, la destinación del Archipiélago, se intuye con grandes esfuerzos. El pelásgico Ulises es curioso, sí, de lo múltiple, pero aun no es hístor, sobrio, desencantado observador. Diría Antonio Machado que el camino lo trazan us pasos, se hace con su mismo andar. No es aún método. Ulises se halla en lo múltiple. Pero lo múltiple deviene auténtico pro-blema, objeto de investigación y de búsqueda, solamente con los primeros sophoí, "maestros de la verdad", desde Epiménides a Hecateo y a Tales.

Hístor no es sólo el que descubre y narra los multiformes aspectos del Archipiélago, los caracteres de sus diversas ciudades, las vías del mar que lo conectan y separan a un mismo tiempo: hístor será el que es capaz de indagar entre los muchos el logos común. ¿Existe un logos de las muchas islas que encuentro, de las muchas voces que descienden tempestuosas desde el agorá? ¿Cuál es el elemento que hace de las islas un Archipiélago, de estas voces una polis?

¿Existe un ethos de los muchos, esto es, unas sedes comunes, donde ellos tengan juntos una morada, donde juntos habiten? ¿Existe algo "superior"?, áriston, respecto al darse de los muchos en tanto muchos, al inmediato aparecer de lo múltiple?

Lo múltiple será "salvado" por la esencia. Pero para salvarlo será necesario comprenderlo y predicarlo. Y lo múltiple podrá ser dicho en cuanto manifiesta un logos. Logos que implica la referencia, la relación entre sujeto y objeto, entre uno y muchos. Implica por lo tanto un cálculo. Excluye toda inmediatez reveladora. La cosa tiene nombre porque es vista, comprendida en una mirada, teorizada. Pero teorizarla es ponerla en relaciones, recoger sus diferencias específicas, indagar a qué conjuntos pertenecen.

Lógoi serán, por esto, las palabras del Archipiélago, logos, su discurso. Y de todos los viajes del Archipiélago (para recoger, conectar, seleccionar, siempre resuena el sentido del logos), nacerá la idea del Viaje, o del ágon éschatos, de la contienda, de la lucha suprema: el viaje hacia el logos común a todos, hacia aquella unidad que lo múltiple muestra, sí, pero como pérdida, revela, sí, pero en su ausencia.

El espíritu europeo odia el grumo.
El viaje como declinación del mito.

Lo múltiple no es anárquico, es intrínsecamente logikós. (un conjunto de kósmoi, estructuras dotadas de orden y dialogantes entre sí. Logos es el lenguaje, de tal orden y de tal "mal-interpretación" entre los entes.

Massimo Cacciari. El Archipiélago. Eudeba, 1999, pág. 25.

19 de mayo de 2009

Disparen contra Diane Arbus


D. se acomoda la falda en el sillón de la sala de espera, revisa el contenido del bolso, enciende un cigarrillo.

Es enero de una tarde fría y nubosa.

A la mirada bizca del voyeur la vemos antes en los ojos de ella. Antes de que suceda el disparo, su propio instante decisivo. Entonces el acontecer siempre será un episodio secundario.

Aún bajo esa pulsión que se hará opus nigrum, la libertad le comprime el diafragma. Así funciona la lógica D. Siempre que avanza sobre algún obstáculo –un río, un bache, una puerta cerrada- lo físico se anticipa. Y es en ese momento que toda ella se convierte en pura suspensión.
Sorteando precipicios. O abismándose.

Y en los transcursos, la nariz asoma de refilón al muro. Alguien maquilla la cicatriz para enfatizarla. Los cuchillos contonean la silueta en la rueda de la fortuna.

Fotografías.

Hay que observar los detalles, no se trata de generalizar.

Sinécdoques:

el rastro seco de una gota de sangre en el canesú, casi imperceptible;
la pupila ciega de una rata en medio del callejón al fondo de la puta que fuma.

Como D. Sólo que D. lleva pantalones y cero make up. Nunca más, se ha prometido.
Harta de las momias pret-a-porter: deserta.

Adiós seducción.

La vida está en otra parte, en otros cuerpos.

Benjamin: un huésped belicoso


La enciclopedia mágica de Walter Benjamin


Los archivos del escritor alemán, que acaban de editarse en inglés, son un inventario de todo lo que le interesaba: citas, anagramas, dibujos. El conjunto es un compendio de signos secretos que el mundo le ofrecía para que los descifrara
Por María Negroni


Para LA NACION - Nueva York, 2009

La tecno-arcadia del Capitán Nemo y la Enciclopedia de Diderot y D´Alembert se parecen. Ambas son microcosmos en los cuales el código alfabético, la taxonomía o la nomenclatura permiten reemplazar el caos de la historia con un simulacro de orden. Toda colección, podría decirse, está hecha de especímenes embalsamados, reliquias que han sido puestas a salvo del continente referencial de la enunciación y la recepción, en un interior terco y voluptuoso. De ahí su coherencia, tan secreta como férrea. No existen las listas arbitrarias, ni siquiera las de Borges. Cualquier lista es una forma ordenada del arte o del juego, una lealtad exclusiva a los tiempos privados del sujeto.

Benjamin lo supo bien. De hecho, no hizo otra cosa en su vida que organizar fragmentos, cada vez más consciente del placer de enumerar y contabilizar los trofeos de su lucidez. Sus archivos (que acaba de editar la editorial Verso, de Londres-New York, bajo el título Walter Benjamin´s Archive: Images, Texts, Signs ) constituyen, en este sentido, un verdadero vademécum, un meticuloso inventario de cuanto le interesaba. Hay allí de todo: dibujos, diagramas, listas bibliográficas, índices de viajes sentimentales, constelaciones de citas, anagramas, juegos de palabras, incluso un muestrario de los hallazgos lingüísticos de su hijo Stefan, todo registrado con esa letra minúscula, de maniático o iluminado, que lo caracterizaba, siempre alerta a lo más incidental (lo más interesante).

De hecho, es así como Benjamin organiza sus referencias: apegado a las micrografías del deseo y a los alumbramientos de lo inesperado. Y después aplica la técnica del montaje y pasa revista a la moda, la publicidad, la arquitectura, la prostitución o la fotografía, es decir, a los datos del mundo, con su pobreza abyecta y su lujo insolente, sus fracasos y sus testamentos. Nada se le escapa, nada se le escurre de esa escena que lo fascina en la misma medida en que lo aterra. El resultado es un compendio de secretas afinidades. En uno de sus papelitos, por ejemplo, se lee: "Revolución y festival; distancia e imágenes; sueño soviético; intento de dar a todo un sentido; notas para una traducción de Proust; narrativa y curación; estilos del recuerdo; La boîte à joujoux de Debussy". En otro: "Haussmann y sus demoliciones; excursus sobre arte y tecnología; Marx y Engels sobre Fourier; París como panorama; Grandville, precursor de la gráfica publicitaria; cuerpo y figuras de cera; el Palacio de Cristal de 1851; estaciones de tren, afiches, iglesias: puntos en común". Imposible no pensar en un magazín de novedades. O más exactamente, en uno de esos pasajes parisinos que tanto le gustaban, donde los escaparates, realzados por la flamante iluminación a gas, semejaban las ménageries de los grandes circos, con sus jaulas vistosas y sus animales cautivos que teñían el entorno de un aire fabuloso.

Para decirlo quizá con más claridad: en el paisaje mental benjaminiano, las obsesiones son siempre imanes. No importa qué forma tomen. Un sueño de Kafka, una gruta, un museo de juguetes, el anaquel de algún bouquiniste o la incesante indagación detectivesca de la ciudad moderna, todo se transforma para él en una invitación a pasearse por esos bulevares imaginarios donde el deseo se yergue sin objeto y el sentimiento general de abandono, a la manera de lo que ocurre en Noche transfigurada del alma de Schönberg, abre la imaginación como un bisturí.

Reunir los papeles de Benjamin, por eso mismo, podría parecer tautológico. No lo es. Por el contrario, sirve para enfatizar, una vez más, su método de trabajo inimitable, para entender su proyecto intelectual como lo que fue: un archivo del pensamiento, de las percepciones, la historia y el arte del siglo que le tocó vivir. Fiel a las cosas que, en su materialidad, constituyen siempre una protesta contra lo convencional, Benjamin priorizó, no el valor utilitario del objeto, sino la escena donde éste encuentra su destino. Me refiero a esos detalles de los que se pueden ver surgir, de prestarse la debida atención, acentos de desacato, movimientos anárquicos, algo que, por un instante al menos, sustituya un mundo petrificado por una enciclopedia mágica.

Hay un episodio en el Wilhem Meister de Goethe, titulado "La nueva Melusina", que Benjamin menciona en una carta dirigida a Jula Radt-Cohn el 9 de junio de 1926. En el relato, una joven misteriosa aparece en un albergue alemán llevando consigo una caja/ataúd que la supera en tamaño. Siguen las peripecias de un viajero que, seducido por la belleza de la joven, asume el cuidado de la caja, mientras ésta aparece y desaparece de la trama, sin razón aparente. La caja, descubrimos al final, contiene un reino maravilloso (del que proviene la doncella) que se ha encogido en una miniatura. Como la caja/ataúd de Goethe que preserva, bajo una forma microscópica, algo precioso, así también la escritura de Benjamin, diminuta y frágil, sugiere al lector la existencia de un mundo oculto tras las figuras del mundo.

Vale la pena insistir. Quizá el rasgo más nítido de toda colección sea éste: en ella, lo que se busca es un encierro, una protección, un "ensoñadero": uno de esos lugares que -como el museo, la biblioteca, el gabinete o el poema- permiten albergar descubrimientos, rarezas, piezas únicas, es decir, presuntas huellas de una experiencia auténtica. He aquí un escenario proclive a la acumulación y la privacidad, simultáneamente adicto a lo infinitamente minúsculo y a lo infinitamente inasible, con que el yo cuantifica su deseo, lo ordena, manipula y carga de sentido. Digamos que ese espacio -por grande o cívico que sea- le sirve, como un Arca de Noé personalizada, para desplegar los enigmas del cuerpo y la memoria, es decir, un mundo anterior, siempre ligado a la infancia y los juegos. No sólo eso. También le muestra, con claridad feroz, que su tarea es ciclópea y su afán, por fortuna, inalcanzable. ¿Qué sería una colección completa sino una colección muerta? Al querer esto y lo otro y lo de más allá, acicateado por el fantasma de la pérdida y la interrupción, el coleccionista entiende pronto que eso que le falta, como en la escritura, relanza el deseo. No hay placer más intenso que aquél que se sustrae.

"Los grandes poetas ejercen su ars combinatoria en un mundo que vendrá después de ellos". La frase figura en uno de los libros más orgullosamente arbitrarios de Benjamin: Dirección única. También allí, en medio de una sorprendente galería de niños (Niño leyendo. Niño que llega tarde, Niño goloso, Niño montado en el tiovivo, Niño escondido, Niño desordenado), se lee: "Cada piedra que encuentra, cada flor arrancada y cada mariposa capturada son ya, para él, el inicio de una colección. No bien ha entrado en la vida y ya es un cazador: atrapa a los espíritus cuyo rastro husmea en las cosas". El objetivo no es, como se ve, encontrar algo nuevo, sino renovar lo viejo haciéndolo propio, perderse por horas en la selva del sueño, donde los papeles de estaño son tesoros de plata; los cubos de madera, ataúdes; los cactus, árboles totémicos y las monedas, escudos. La felicidad, para el niño, proviene de un tête-à-tête con las cosas que el azar le trae y que él guarda en cajones que son fortines, arsenales, zoológicos. No de otro modo el poeta urbano y flâneur , encarnado para siempre en Baudelaire, ejercerá su propio placer esquivo cuando proyecte sobre el mundo su mirada alegórica, es decir, transporte sus propios objets trouvés al desorden pautado de la poesía.

Se trata de algo muy simple y muy complejo: al abocarse a aquello que irremediablemente se les escapa, los poetas, como los niños, se embarcan en su propio viaje à la recherche du temps perdu , volviéndose arqueólogos lúcidos, testigos del vínculo preciso entre nostalgia y resistencia, aventura y tolerancia. En cuanto a Benjamin, en cada uno de sus libros, intentó cruzar una frontera. Después, a lo mejor, como en Portbou, comprendió que no tenía adónde ir y prefirió quedarse en su propio coto de caza donde es posible seguir siendo aún hoy y ayer y mañana un huésped inestable y belicoso.

Los otros


Le anuncié entonces todos los males que habría de sufrir y los compañeros que habría de perder antes de volver a su patria, desconocido de todos, al cabo de veinte años...
Homero

una herida una ampolla un sopor una sed una miga un destino un bulto un trapo un resto

Ulises, nosotros y los otros


Cuando el silencio reina, es el silencio lo nos obliga a mirar. El deseo no es sólo buscar la mirada que no tenemos, la mirada por venir. Sino aquello que hace a nuestra falta y promesa; pues siempre la promesa es una falta.
Deseo de ir al encuentro de la mirada perdida: la del griego errante en su metamorfosis humana. La cabeza del ídolo que rueda; la del monumento descoyuntado de Lenin atravesando el Danubio en la película de A.
Deseo de mirar: a quienes viajan sin retorno. Deseo de contar lo incontable, Corinne. Pues nosotros no somos griegos; no somos títeres de los caprichos divinos. Ni tenemos linaje.
Empecemos por saberlo: ya es algo. Acaso un locus.

Embarcados

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